Con anterioridad a los años 1960s, cuando los nacimientos se realizaban habitualmente en los domicilios, el sacramento del Bautismo se administraba a los dos o tres días de nacer, pues en la religión católica, se indicaba que en una criatura sin bautizar, su alma iba eternamente al Limbo.
Con posterioridad a esos años y cuando se acudía a “dar a luz” a centros hospitalarios, los bautizos se dilataban entre dos o tres semanas, pues se esperaba a que la madre regresase al domicilio familiar. Al bautizo de una criatura también se decía “cristianar”; se le “cristianaba”, es decir se le convertía en cristiano.
En la actualidad el bautizo se realiza a los dos o tres meses del nacimiento e incluso transcurre más tiempo.
El Limbo, es uno de los cuatro estadios junto al Cielo, el Purgatorio y el Infierno, a los que, según la religión cristiana, van las almas de los seres humanos. No debe ser un sitio muy actualizado, ni envidiable, pues todavía se oye la antigua expresión de “siempre está en el Limbo”, al referirse a alguien que no se entera de nada.