Cada fecha del año tenía sus propias y típicas pastas, aunque algunas variedades eran muy comunes y se confeccionaban en cualquier época del año y, generalmente, con motivo de acontecimientos familiares.
Las pastas habituales eran magdalenas, mantecados, sequillos, españolas, buñuelos, tostones y las que ahora se me olvidan.
En cuanto a las típicas de festividades o fechas concretas, citar a San Blas, 3 de febrero, con los roscos en sus dos versiones de mazapán y de leche y las trenzas de azúcar; por San José, 19 de marzo, buñuelos, rosquillas y nuestras “raldillas”; para las fiestas patronales se realizaba un surtido y otro tanto por Navidad y Semana Santa.
Las madres acudían a uno de los hornos de pan, habitualmente del que se era cliente fijo, donde se elaboraba la materia prima, se utilizaban los moldes, bandejas y elementos necesarios para su elaboración y cocción, e incluso orientaban sobre el punto idóneo de la materia, abonando por todo ello una cantidad en metálico.
En los años 1940 a 1960s, cuando se celebraba una primera comunión y la fiesta se realizaba en el domicilio, se fabricaba una cantidad superior a lo habitual o unas variedades de pastas, que precisaban un dominio en su elaboración, para lo cual se recurría a una de las varias personas existentes, que con su experiencia y por un módico importe, dirigían el proceso tanto de la materia prima como de su cocción o fritura, consiguiendo unos dulces exquisitos.
Incluso en bodas cuyo desayuno o comida se realizaba en restaurantes, las pastas las tenían que aportar las familias de los contrayentes. Entiendo que se realizaría así por coincidir con una época de racionamiento de los principales componentes de estos dulces.
La señora Candela, “La Bizcochera”, la señora Juana y su hija Angelita, han sentado escuela, por su experiencia y buen hacer, en materia de elaboración de pastas caseras, endulzando el paladar de los corellanos.
