Con anterioridad a los años 1950s, jóvenes corellanas pasaban a prestar servicios domésticos en casas de familias pudientes, desempeñando sus servicios bien durante el día, regresando a dormir a sus domicilios o conviviendo día y noche con las familias donde “servían”, llegando incluso a estar empadronadas en dicho domicilio.
Había jóvenes que incluso estaban en esta situación hasta el momento de contraer matrimonio, cesando en sus servicios, en dicho momento y recibiendo una dote de la familia empleadora.
Esta relación amistosa permanecía en el transcurso del tiempo, habitualmente, manifestándose más intensa en acontecimientos acaecidos en estas familias.