Retablo cuyo origen comienza en el suceso ocurrido la noche del 24 de febrero de 1633, en que se hundió la torre de San Miguel.
El Cabildo, atribuyendo al santo del día, el milagro de no haberse originado una catástrofe, encomendó la custodia de la construcción y conservación de la nueva torre a San Matías. De ahí la frase que anteriormente se decía: “San Matías guarda la torre”.
Se desconoce si esta torre es copia de la desplomada o si se trata de la que años después se rehízo y duró hasta que en 1720 se construyeron las dos, cuyo emplazamiento se fijó a cada lado de la puerta principal.
La talla de San Matías, según comenta J. L. de Arrese, parece que la realizo Celedonio Gastea en 1852.
El retablo es barroco, pero frío y exento del entusiasmo de su tiempo, como todo lo hecho a mediados del siglo XIX y tiene más de mueble destinado al ornato de un palacete francés, que de retablo tallado para el muro de un templo navarro.
El Sr. Arrese, detalla que Ceferino Cabañas, cuando el año 1949 pintó y realizó la decoración de esta Iglesia, le pidió autorización para añadirle a cada lado dos orejillas pintadas a la pared y, efectivamente, le dio a este retablo, una especie de calor complementario que sin duda la faltaba.
En su cuerpo ático, hay una imagen de San Lucas el Evangelista.
Muy posteriormente o recientemente, según se mire, se colocaron en los laterales las imágenes de San Antonio de Padua y otra de San Cristóbal, según puede apreciarse.