El convento es modesto, aunque bien concebido y sobre todo magníficamente emplazado. Su fachada está hacia la ciudad, el ala principal de habitación orientada a mediodía, sobre le espléndida vega del Alhama, de cara a la mole imponente del Moncayo.
Es de ladrillo con zócalo de cantería, y como único patio central tiene un pequeño claustro adosado al muro lateral izquierdo de la iglesia, alrededor del cual se desarrollan las dependencias del convento.
La fachada es una de las partes logradas de esta construcción y desde luego la más armoniosa, después de la Merced, de todas las que adornan las iglesias de Corella, sin que esto, desgraciadamente, sea una gran alabanza.
Responde a la arquitectura carmelitana del siglo XVII, y dentro de ella, al barroco aragonés.
Es de ladrillo y está dividida verticalmente en tres calles por unas pilastras, y horizontalmente en tres pisos por unas impostas. Los tres cuerpos del piso inferior son lisos y como único elemento decorativo figura una portada en cada uno; la central sirve de acceso a la iglesia monasterio y la más alejada de la población, a la casa de Don Pedro Baigorri.
La central conserva en el nicho superior la estatua en piedra de San Benito y la del locutorio, en piedra también, albergaba la de Santa Escolástica. La otra portada, la más cercana a la población, fue modificada para abrir sobre ella un balcón absurdo, para la vivienda de la demandadera, habiéndose llevado la imagen de Santa Gertrudis, que estaba en la correspondiente hornacina, a la entrada de la casa del capellán.
Fue necesario dar marcha atrás a esta agresión y retornarla a la situación primitiva, en lo posible, antes de convertir el edificio en Museo.
El piso segundo tiene sus dos cuerpos laterales en forma de romanatos, y el central, de ladrillo llaveado, tiene una ventana de dintel escalonado y a sus lados escudos de caliza blanca con las armas del fundador.
El último piso es un frontón liso con claraboya redonda y enrejada con barrotes radiales; los remates son pináculos y bolos de ladrillo, de los cuales sólo dos se conservan enteros.
La iglesia tiene una pequeña espadaña lateral asentada sobre el muro izquierdo de la nave mayor.
El año 1839 las monjas tuvieron que abandonar por un corto espacio de tiempo el convento, pues el Gobierno, de espaldas a la Santa Sede, había nombrado Obispo electo de Tarazona a Rodrigo Valdés al que las monjas se negaron a recibirle. Rodrigo consiguió cerrar el convento y dispersar a su comunidad aunque de forma muy temporal. El año 1866, había en el convento de San Benito 25 monjas.
Las monjas benedictinas permanecieron en este convento durante trescientos años, con la excepción descrita en el párrafo anterior.