Encima del entablamento hay otro cuerpo que ocupa la vertical del camarín, flanqueado por dos orejillas curvas que descansan sobre las columnas centrales; sobre las laterales sólo hay un ático basamental liso, que un tiempo sostuvieron dos estatuas, hoy desaparecidas. Este cuerpo aloja un Cristo de talla sobre lienzo pintado y a sus lados dos columnas iguales aunque más reducidas, todo ello va rematado por un frontón curvo, pero sin friso.
La mesa del altar es típicamente castellano-andaluza, con sus molduras de cornucopia sobre un frontal de doble curvatura.
Esta misma descripción, con ligeras variantes, sirve para cada uno de los altares colaterales, cuya fundamental diferencia, como se indica anteriormente, consiste en que carecen del segundo cuerpo retrasado y por tanto de las segundas columnas principales.
En estos altares del Carmen se simboliza todo el perfil y la belleza del primer grupo de piezas barrocas corellanas, que además presentan, como principal novedad, lo que sería luego manifestación constante del estilo: la grandiosidad de las columnas.
La talla de la Virgen de Nuestra Señora del Carmen, situada en el camarín del altar mayor, resulta una pieza agradable de autor desconocido; las crónicas sólo recuerdan que fue estofada en 1691 y como no cabe pensar que la imagen principal del altar tardara tantos años en ser terminada, se puede afirmar que se hizo por entonces, para sustituir la que habría en la hornacina desde 1639 o desde 1621, o tal vez desde el año de la fundación.
En 1855 fue retocada por el escultor corellano Celedonio Gastea, quien en un interesante manuscrito, nos dice haber realizado “el retoque de Ntra. Sra. del Carmen (de las andas) con su Niño, y el de la del retablo mayor
del convento que concluí para el 16 de julio del 55”. Es decir, para la festividad del Carmen de aquel año.
En el retablo colateral de la Epístola hay colocada, en la parte central, una preciosa talla de Santa Teresa, basada en ese conjunto de imágenes más o menos trabajadas por Gregorio Fernández, como las que se encuentran en el convento del Carmen de Valladolid, San Miguel de Peñafiel o convento de San José de Medina de Río Seco. Un busto de San Juan de la Cruz ocupa la hornacina superior del retablo.
Las esculturas del retablo colateral del Evangelio no son de tanta calidad. La de San José del nicho principal es de finales del siglo XVII o principios del XVIII, tiene poco de extraordinario y todavía lo estropea más el vestido de tela que lleva el Niño Jesús. Arriba, en el nicho alto, hay una imagen de San Joaquín, que por su tamaño es seguramente el que estuvo abajo. Responde a los primeros años del XVII y puede ser obra de Diego Pérez de Bidangoz y de Martín de Foruria, los mismos que en 1603 realizaron la estatua de San Pedro, por encargo de la Cofradía.
